Una vez más los chilenos estamos obligados a decidir entre votar “a favor” o “en contra” de una Constitución.
A pocos días del pleblisicito es bueno recordar: ¿quién pidió una nueva constitución?
Es cierto que un grupo venía pidiendo Asamblea Constituyente hace muchos años, pero esa idea estaba lejos del corazón de las protestas.
Los carteles del Estallido Social pedían mejor salud, educación gratuíta, pensiones dignas y, en el caso de Maipú, más seguridad en las calles, pero ¿nueva constitución?
Seamos francos: la idea de una nueva constitución nació de un acuerdo entre El Congreso y el entonces presidente Sebastián Piñera.
Fue un “Acuerdo de Paz” para intentar calmar el desorden social que se tomaba las calles.
Ese acuerdo inauguró una larga temporada de plebiscitos, donde hemos votado mucho, pero sin ver cambios.
Mucho ruido, pocas nueces.
Llama la atención que con tantas votaciones, nadie nos preguntó si queríamos pasar por esto una segunda vez.
Al contrario, fue el mismo presidente, Gabriel Boric, el que afirmó, luego del primer rechazo, que ese no era el fin del proceso.
Ahora nos dicen que sí, que este es el fin. ¿Podremos creerles?
Estoy seguro de que la gran mayoria de Chile no quería un nuevo proceso constitucional, pero nadie se tomó la molestia de preguntarnos.
Por el contrario, la ambición de revancha fue más grande.
La revancha de una derecha que quiso pasar su propia aplanadora, y la revancha de una izquierda herida por la última elección, que necesitaba ganar para volver a ponerse de pie.
Seamos claros vecinos: si gana “a favor” la derecha saldrá a celebrar usando nuestros votos para enrostrarle el truinfo a la izquierda.
Si gana el “en contra” pasará lo contrario; la izquierda saldrá a las calles a celebar el fracaso de la derecha.
En este dilema, muchos sentimos que nuestros votos serán usados como respirador artificial para un sector político ahogado en sus escándalos.
Por eso es importante recordar que en Democracia las opciones no son dos, sino cuatro: a favor, en contra, blanco y nulo.
Votar es obligatorio, pero creer que hay que votar sólo entre dos opciones es una trampa.
Personalmente, votaré en blanco (o nulo) para demostrar mi descontento con dos intentos fracasados de unir al país.
La democracia a veces funciona con gritos, pero también con silencios, con abstenciones y con símbolos.
Necesitamos un país estable, fronteras serias, una economía que de trabajos y calles seguras.
Necesitamos llegar tarde del trabajo sin miedo a ser asaltados o secuestrados.
Lamentablemente, la política nos ha dado pruebas de que esto no llegará con una nueva constitución.
Ya sea por empate técnico o suma zero, será la Constitución del 80 el gran libro que nos regirá por largos años, con todos sus pecados y defectos.
El instinto de supervivencia del pueblo es más fuerte que la fiebres ideológicas.
Confío que un gran número de votos en blancos o nulos será un llamado de atención que no pasará desapercibido, cualquiera sea el resultado.
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