El triunfo de la extrema derecha en Argentina plantea interrogantes para Chile, instando a una profunda reflexión sobre los elementos que impulsan este fenómeno y por qué su comprensión escapa incluso a sus seguidores más fervientes.
Debemos considerar las estructuras rígidas del poder y las ideologías, que contrastan con la percepción contemporánea de la democracia como un espacio abierto, “horizontal” y en constante redefinición.
Las estructuras rígidas, asociadas con minorías políticas, se reflejan en la militancia y participación política, mientras que el ciudadano, se orienta por motivaciones pragmáticas, y encuentra su espacio en la vorágine del cambio.
Abordar la ascensión de la extrema derecha desde un enfoque lógico se vuelve insuficiente, hoy la experiencia personal eclipsa a menudo la ética y la evidencia (racionalismo puro).
La política tradicional, centrada en ideologías y progresión, choca con las necesidades “primordiales” de la ciudadanía, exacerbando el papel de las redes sociales (catárticas) y la manipulación mediática de la big data.
La extrema derecha desafía las convenciones y se nutre de las emociones de la población. Las percepciones de la sociedad también se ven modeladas por experiencias vitales, como la migración descontrolada y la delincuencia, que pueden percibirse como amenazas al hábitat.
El temor se convierte en odio, evidenciando un aumento de la xenofobia. Ante el miedo y la incertidumbre, la ciudadanía busca respuestas rápidas, el fascismo emerge como una opción que promete soluciones automáticas a necesidades básicas, que se perciben como prácticas y viables.
El contexto chileno refleja la capacidad de estas fuerzas para interpretar los códigos relacionales, como se evidenció en el triunfo del rechazo.
Dos elementos clave surgieron: la percepción de una salvación ante la crisis comunista (escuela de las Américas) y la atracción hacia un outsider, fuera del establishment político, estratégicamente promovido a través de plataformas como TikTok y su efectivo algoritmo que hoy nos tiene rechazando el texto de los acuerdos entre de los expertos, estropeado por los Republicanos.
Entender la extrema derecha va más allá de partidos y líderes; es una amalgama de sentimientos y percepciones. Argentina experimentó esta complejidad con Milei, quien atrajo a votantes jóvenes y desencantados de la política tradicional.
La desesperanza primó sobre la pedantería política, resaltando la desconexión entre las instituciones y la sociedad inmersa en la “experiencia” muchas veces inductivismo ingenuo.
La política debe evolucionar hacia la comprensión de las necesidades prácticas del ciudadano común, abandonando la burocracia, la elitizacion, la desconfianza y la desesperanza que son terreno fértil para la extrema derecha, y su existencia depende en gran medida de la respuesta rápida percibida útil de la política.
La extrema derecha también se beneficia de la victimización, alimentada por burlas y censuras moralistas.
La reacción tardía de la ciudadanía moderada hacia estos fenómenos lleva a una polarización política, la libertad no es libertinaje. Los errores de la extrema derecha ofrecen oportunidades para el cambio.
Su asunción de virtudes morales y la creencia en un falso consenso son vulnerabilidades que la política tradicional puede aprovechar.
Sin embargo, es crucial comprender que el voto no es un cheque en blanco y que la sociedad anhela políticos presentes, soluciones ágiles, eficaces y eficientes para disminuir la incertidumbre.
La extrema derecha es una respuesta experiencial a las demandas y percepciones cambiantes de la sociedad.
El PPD debe adaptarse con urgencia a esta realidad, reconectándose con la ciudadanía y abordando las necesidades prácticas (ofreciendo una EXPERIENCIA DEMOCRATIZANTE) para evitar seguir cediendo terreno a extremos que amenazan nuestra estabilidad democrática.
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